Dpto. Biología y Geología: Rocío Álvarez
Dpto. Física y Química: Manuela Morillo
Dpto. Dibujo: Adolfo García
Dpto. Inglés: Esther Moreno, Mª Luisa Sánchez, Luis Domínguez y Alejandro Fernández
Dpto. Matemáticas: Soledad Carrasco y Miguel Ángel López.
Dpto. Orientación: Jesús Rojo y José Luis Morcillo.
Dpto. Geografía e Historia: Piedad Delgado.
Dpto. Lengua castellana y Literatura: Amparo Díaz, Paloma España, Soledad Notario, José Enrique Díaz, Carlos Agejas, Antonia García, Agustina Larrosa y Mercedes Martínez.

miércoles, 28 de abril de 2010

Paul Auster

I.E.S. EL ESPINILLO

Departamento de Dibujo

Adolfo García

Actividad: Relación entre lenguajes (lenguaje literario-lenguaje cinematográfico)

Se trata de que el alumno, tras visionar y analizar la película desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico, aprecie puntos de unión y de divergencia entre el lenguaje literario y el cinematográfico.

En primer lugar se visiona la película, a continuación se hace un análisis fílmico de ella para pasar después a leer el relato y después la parte del guión seleccionada (secuencia 70 y final de la película).

Actividades:

Relato – Guión

¿Qué diferencias formales adviertes entre ambos?

¿Qué función tienen esas diferencias?

¿Se suprime algún elemento del relato en el guión? ¿Por qué?

¿Se añade algún elemento al guión que no aparezca en el relato? ¿Por qué?



Guión – Escena cinematográfica:

¿Se suprime algún elemento del guión en la escena? ¿Por qué?

¿Se añade algún elemento a la escena que no aparezca en el guión? ¿Por qué?

¿Qué función cumplen los silencios (pausas en los diálogos) en la narración fílmica?

¿Qué relación tienen con el ritmo de la escena?

¿Por qué Auggie dice que no había robado antes de hacerlo a la abuela Ethel, si sabemos por la película que no es así?

La última parte de la secuencia es en blanco y negro, ¿por qué?

Se te han presentado cuatro formas distintas de narrar unos acontecimientos, ¿cuál te parece más comprensible?, ¿cuál te gusta más?, ¿por qué?



EL CUENTO DE NAVIDAD DE AUGGIE WREN

(Relato de Paul Auster)

A principios de esa misma semana me había llamado un hom­bre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persua­sivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intenta­ría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?

Pasé los siguientes días desesperado, guerreando con los fantas­mas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Nati­vidad. Las propias palabras «cuento de Navidad» tenían desagrada­bles connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusio­nes de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escri­bir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contra­dicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un go­rrión sin alas.

No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, con­fiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre el.

¿Un cuento de Navidad? –dijo él cuando yo hube terminado–. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

Fuimos a Jack's, un restaurante angosto y ruidoso que tiene bue­nos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas en las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.

Fue en el verano del setenta y dos –dijo–. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la rienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel mo­mento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una lie­bre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenia ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.

»Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero si su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podía haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un po­bre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se clamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o su abuela- En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era droga­dicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?

»Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.

»La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvenciona­das. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tra­tando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.

»—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, Y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.

»Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo pri­mero que noto es que es ciega.

»—Sabia que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.

»Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.

»Yo no tenía mucho tiempo para pesar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.

»—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.

»No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así, y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.

»No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mu­jer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.

»Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba, yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.

»—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo—. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.

»Al cabo de un rato empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.

»Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercan­cía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Ro­bert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.

»No debí ausentarme mas de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella si­guió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No pa­recía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la his­toria.

¿Volviste alguna vez? —le pregunté.

  • Una sola —contestó—. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Etthel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme adónde estaban ella.

Probablemente había muerto.

Sí, probablemente.

  • Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.

  • Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.

  • Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.

  • Le mentí, y luego le robé. No veo cómo puede llamarle a eso una buena obra.

La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.

Todo por el arte, ¿eh, Paul?

Yo no diría eso. Pero por lo memos le has dado un buen uso a la cámara.

Y ahora tú tienes tu cuento de Navidad, ¿no?

Sí —dije—. Supongo que sí.

Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mien­tras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan mis­teriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repen­tinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia, Es­tuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no haya ninguna historia que no pueda ser verdad.

Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.

Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos—. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?

  • Supongo que estoy en deuda contigo.

No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado no me deberás nada.

Excepto el almuerzo.

  • Eso es. Excepto el almuerzo.

Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.



SMOKE

Guión de Paul Auster.

PAUL entra en la tienda vestido con una chaqueta de cuero y una bu­fanda. Los HOMBRES DE LA OTB paran de hablar y se quedan mirán­dole mientras se acerca al mostrador.

AUGGIE

(A PAUL) Hola, hombre, ¿cómo te va?

PAUL

Hola, Auggie.

Sin esperar a que PAUL se lo pida, AUGGIE se vuelve, saca dos latas de Schimmelpennincks de la vitrina de los puros y las pone sobre el mostrador.

AUGGIE

Dos, ¿no?

PAUL

Ah, más vale que sea una.

AUGGIE

Generalmente te llevas dos.

PAUL

Sí, lo sé, pero estoy intentando fumar menos. (Pausa) Alguien está preocupado por mi salud.

AUGGIE

(Moviendo las cejas en plan de broma) A-já.

PAUL se encoge de hombros, azorado, luego, lentamente, su cara se ilumina con una sonrisa.

AUGGIE

¿Y cómo va el trabajo últimamente, maestro?

PAUL

(Aún sonriendo. Distraído) Bien. (Pausa. Reaccionando) Por lo me­nos hasta hace un par de días. Me llamó un tipo del New York Ti­mes para pedirme que escriba un cuento de Navidad. Quieren publi­carlo ese día.

AUGGIE

Eso es un florón para tu corona, hombre. El mejor periódico del país.

PAUL

Sí, estupendo. El problema es que tengo cuatro días para escribirlo y no tengo una sola idea. (Pausa) ¿Sabes algo sobre cuentos de Na­vidad?

AUGGIE

(Fanfarroneado ) ¿Cuentos de Navidad? Claro, montones.

PAUL

¿Alguno bueno?

AUGGIE

¿Bueno? Por supuesto. ¿Bromeas? (Pausa) Te diré lo que vamos a hacer. Me invitas a comer, amigo mío, y te cuento el mejor cuento de Navidad que has oído en tu vida. ¿Qué te parece? Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

PAUL

(Sonriendo) No hace falta que sea verdad. Basta con que sea bueno.

(Volviéndose a JIMMY ROSE) Encárgate de la caja mientras estoy fuera, ¿de acuerdo, Jimmy? (Empieza a salir de detrás del mostrador)



JIMMY ROSE

¿Quieres que lo haga, Auggie? ¿Estás seguro de que quieres que lo haga?

AUGGIE

Claro que estoy seguro. Sólo tienes que recordar lo que te enseñé. Y no dejes que ninguno de estos entrometidos te moleste. (Señala a los HOMBRES DE LA OTB) Si tienes algún problema, vienes a verme. Estaré al final de la manzana, en Jacks (A PAUL) ¿Te parece bien Jack's?

PAUL

Jack's están bien.

PAUL y AUGGIE salen juntos de la tienda.



71. INT: DÍA. RESTAURANTE DE JACK

Un angosto y ruidoso restaurante judío con fotografías deportivas en las paredes: antiguos equipos del Dodger de Brooklyn, los Mets de 1969, un retrato de Jackie Robinson. PAUL y AUGGIE. Están sentados a una mesa de! fondo, mirando la carta.

PAUL

(Cerrando la carta) Tengo que ir a hacer pis. Si viene el camarero, pídeme un sandwich de cecina con pan de centeno y una gaseosa de jenjibre, ¿de acuerdo?

AUGGIE

De acuerdo.

PAUL se levanta y se va al lavabo. Solo en la mesa, AUGGIE mira la silla vacía que hay a su lado y ve un ejemplar del New York Times. El periódico está abierto en un artículo con un titular que dice: < EN BROOKLYN>>. AUGGIE se inclina para ver mejor el artÍculo. Primer plano del artículo. Vemos las fotografías de CHARLES GLEMM (el RASTRERO) y ROGER GOODWIN y sus nombres en los pies de foto. Un titular secundario dice: <<LADRONES MUERTOS EN EL ATRACO A UNA JOYERÍA>> . Mientras AUGGIE continúa leyendo el artículo llega el CAMARERO a tomar el pedido. Es un hombre de mediana edad, redondo y medio calvo con cara de cansado.

CAMARERO (EN OFF)

¿Qué va a ser, Auggie?

AUGGIE

(Levanta la vista) Ah... (Señalando el sitio vacío de PAUL) Mi amigo

quiere un sandwich de cecina con pan de centeno y una gaseosa de jengibre.

Plano del CAMARERO sosteniendo el lápiz y el bloc.

CAMARERO

¿Y para ti?

AUGGIE

(Leyendo el periódico otra vez. De pronto se acuerda de que el CAMARERO está allí) ¿Qué pasa?

CAMARERO

¿Qué vas a tomar tú?

AUGGIE

¿Yo? (Pausa) Tomaré lo mismo. (Vuelve a mirar el artículo)

CAMARERO

Hazme un favor, ¿quieres?

AUGGIE

(Levantando la vista otra ve z) ¿Cuál, Sol?

CAMARERO

La próxima vez, cuando quieras dos sandwiches de cecina, dices. «Dos sandwiches de cecina.» Cuando quieras dos gaseosas de jengi­bre, dices: «Dos gaseosas de jengibre.»

AUGGIE

¿Y qué más da?

CAMARERO

Es más sencillo. Y más rápido.

AUGGIE

(Desconcertado. Siguiéndole la corriente al CAMARERO) Ah, claro, Sol. Como quieras. En lugar de decir: «Un sandwich de cecina» y luego: «Otro sandwich de cecina», diré: «Dos sandwiches de cecina.»

CAMARERO

(Muy serio) Gracias. Sabía que lo entenderías.

El CAMARERO se va. AUGGIE, vuelve a mirar el artículo. PAUL re­gresa y se sienta en la silla frente a AUGGIE.

PAUL

(Acomodándose) Bueno, ¿estamos listos?

AUGGIE

Listos. Cuando quieras.

PAUL

Soy todo oídos.

AUGGIE

De acuerdo. (Pausa. Piensa) ¿Recuerdas que una vez me preguntaste cómo empecé a hacer fotos? Bueno, ésta es la historia de cómo con­seguí mi primera cámara. En realidad, es la única cámara que he te­nido. ¿Me sigues hasta aquí?

PAUL

Sin perder palabra.

AUGGIE

(Primer plano de la cara de AUGGIE) De acuerdo. (Pausa) Así que ésta es la historia de cómo sucedió. (Pausa) De acuerdo. (Pausa) Fue en el verano del 76, cuando empecé a trabajar para Vinnie. EI ve­rano del bicentenario. (Pausa) Una mañana entró un chico y em­pezó a robar cosas de la tienda. Está de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose revistas de tías desnu­das debajo de la camisa. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi.

La cara de AUGGIE se funde a la de PAUL. Empieza el metraje en blanco y negro: vemos a AUGGIE interpretando los hechos que le describe a PAUL. Esta escena reproduce exactamente los sucesos mostra­dos anteriormente en las Escenas 2 y 3, con una sola diferencia. El ladrón es ahora ROGER GOODWIN, el mismo que pegó a PAUL en la Escena 54, el mismo cuya fotografía acaba de ver AUGGIE en el periódico. Los sucesos se desarrollan en silencio, acompañados por el relato de AUGGIE en off.

AUGGIE (EN OFF)

Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gri­tar. Echó a correr como una liebre y cuando yo conseguí salir de de­trás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la Séptima Avenida. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renun­cié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir co­rriendo, me agaché para ver lo que era.

AUGGIE (VOZ EN OFF)

Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero si su car­net de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podía haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él...

Vemos a AUGGIE examinando las fotos. Primeros planos de las fotos.


AUGGIE (VOZ EN OFF)

Roger Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie al lado de su madre. En otra estaba sosteniendo un trofeo conseguido en la escuela y sonriendo como si acabara de ga­nar el premio gordo de la lotería. No tuve valor. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de revistas pornográficas?...

Cortar al restaurante de Jack. El CAMARERO ( llega a la mesa con el pedido.

CAMARERO

Aquí tenéis, chicos. Dos sandwiches de cecina. Dos gaseosas de jen­gibre. Ésa es la forma rápida. La forma sencilla. (Se va)

PAUL

(Poniendo mostaza en su sandwich) ¿Y?

AUGGIE

(Bebiendo un sorbo de su vaso) Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo pos­ponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. (Pone mostaza en su sandwich) Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Vinnie iba a invitarme a su casa, pero su madre se puso enferma y él y su mujer tuvieron que marcharse a Florida en el último minuto. (Muerde el sándwich, mastica) Así que estoy sen­tado en mi piso esa mañana, compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Roger Goodwin sobre un es­tante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devol­ver la cartera...

Cortar al metraje en blanco y negro: las casas subvencionadas de Boerum Hiil. Vemos a AUGGIE andando solo entre los edificios, muy abrigado a causa del frío. Al mismo tiempo oímos:

AUGGIE (VOZ EN OFF)

La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre...

Plano de AUGGIE andando por un pasillo en las casas subvenciona­das pintadas en las paredes de ladrillos de ceniza. Se detiene de­lante de una puerta y aprieta el timbre.

AUGGIE (VOZ EN OFF)

No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta, quién es, y yo contesto que es­toy buscando a Roger Goodwin. «¿Eres tú, Roger?», dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta…



Plano de una negra muy vieja, la ABUELA ETHEL, abriendo la puerta. Hay una sonrisa extasiada y expectante en su cara. Aunque la escena se desarrolla en silencio, vemos a AUGGIE y la ABUELA ETHEL pronunciando el diálogo que AUGGIE le repite a PAUL.

AUGGIE (VOZ EN OFF)

Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega. «Sabía que vendrías, Roger», dice. «Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.» Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.

Vemos que AUGGIE vacila durante un segundo. Mientras su voz cuenta la siguiente parte de la historia, le vemos cediendo, abriendo los brazos y abrazando a la ABUELA ETHEL. El abrazo se repite luego a cámara algo más lenta: después otra vez a cámara lenta: luego una vez más, a cámara muy lenta; luego de nuevo a cámara tan lenta que parece una secuencia de fotos fijas.

AUGGIE (VOZ EN OFF)

Yo no tenía mucho tiempo para pensar, comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca. «Está bien, abuela Ethel», dije. «He vuelto para verte el día de Navidad.» No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Simple­mente salió así, y de pronto aquella vieja me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella. Era como un juego que los dos decidi­mos jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente...

AUGGIE y la ABUELA ETHEL, entran en el apartamento y se sientan en las butacas del cuarto de estar. Les vemos hablando, riendo. Mientras tanto oímos:



AUGGIE (VOZ EN OFF)

Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Cada vez que ella me preguntaba cómo estaba, yo le mentía. Le dije que habla encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos y ella hizo como que se los creía todos. «Eso es estupendo, Roger», me decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. «Siempre supe que las cosas te saldrían bien...»

La cámara se mueve en una lenta panorámica por el apartamento de la ABUELA ETHEL deteniéndose momentáneamente en varios objetos. Entre otras cosas, vemos retratos de Martin Luther King, John F. Kennedy, retratos familiares, ovillos de hilo, agujas de hacer punto. Cuando este recorrido visual termina, vemos a AUGGIE entrando otra vez en el apartamento con abrigo y llevando una gran bolsa de co­mestibles. Como se describe el relato simultáneo:

AUGGIE (VOZ EN OFF)

Al cabo de un rato empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, una sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente…

Vemos a AUGGIE y la ABUELA ETHEL en la mesa del comedor: comiendo, bebiendo vino, charlando.

AUGGIE (VOZ EN OFF)

Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminarnos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de es­tar, donde las butacas eran más cómodas.

Vemos a AUGGIE llevando a la ABUELA ETHEL del brazo y ayudádola a sentarse en una butaca. Luego AUGGIE sale del cuarto de es­tar y va al cuarto de baño que hay en el pasillo.

AUGGIE (VOZ EN OFF)

Tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello...

Venos a AUGGIE en el cuarto de baño. Mientras orina, vemos las cajas de cámaras, mientras él las describe.



AUGGIE (VOZ EN OFF)

Entro en cl cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas. Deduzco que eso es obra del verdadero Roger, un sitio donde almacenar un botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar...



Vemos a AUGGIE volver al cuarto de estar con la cámara. La ABUELA ETHEL está profundamente dormida en su butaca. AUGGIE deja la cámara, recoge Ia mesa y friega los platos en la cocina.

AUGGIE: (VOZ EN OFF)

No debí estar ausente más de tres minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había dormido. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota dicién­dole adiós, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento...

Vemos a AUGGIE inclinándose sobre la ABUELA ETHEL que está dormida, y decidiendo no despertarla. Le vemos dejar la cartera sobre la mesa y coger la cámara. Le vemos salir del apartamento. Plano de la puerta al cerrarse.

AUGGIE: (VOZ EN OFF)

Y ése es el final de la historia.

Cortar a la cara de PAUL. PAUL y AUGGIE están sentados a la mesa, comiendo los últimos bocados de sus sandwiches.

PAUL

¿Volviste alguna vez?

AUGGIE

Una sola, unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Final­mente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. En su apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.

PAUL

Probablemente había muerto.

AUGGIE

Sí, probablemente.

PAUL

Lo cual quiere decir que pasó contigo su última Navidad.

AUGGIE.

Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensado.

PAUL

Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.

AUGGIE

Le mentí, y luego Ie robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.

PAUL

La hiciste feliz. Y, además, la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.



AUGGIE

Todo por el arte, ¿eh, Paul?

PAUL

Yo no diría eso. Pero, por lo menos, le has dado un buen uso ala cámara.

AUGGIE

Y ahora ya tienes tu cuento de Navidad, ¿no?

PAUL

(Pausa. Piensa) Sí, supongo que sí.

PAUL mira a AUGGIE. Una sonrisa malévola se extiende por la cara de AUGGIE. La mirada de sus ojos es tan misteriosa, está tan llena del brillo de algún placer interior, que PAUL empieza a sospechar que AUGGIE se ha inventado toda la historia. Está a punto de pregun­tarle a AUGGIE si se ha quedado con él, pero luego se contiene, com­prendiendo que AUGGIE nunca se lo diría. PAUL sonríe.

PAUL

La mentira es un verdadero talento, Auggie. Para inventar una buena historia, una persona tiene que saber apretar todos los boto­nes adecuados. (Pausa) Yo diría que tú estás en lo más alto, entre los maestros.

AUGGIE

¿Qué quieres decir?

PAUL

Quiero decir que es una buena historia.

AUGGIE

Mierda. Si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿que clase de amigo eres?

PAUL

Exactamente. No valdría la pena vivir, ¿verdad?

AUGGIE sigue sonriendo. PAUL le devuelve la sonrisa. AUGGIE enciende un cigarrillo: PAUL enciende un purito. Echan el humo al aire, aún sonriéndose mutuamente.

La cámara sigue al humo que se eleva hacia el techo. Primer plano del humo. Mantener unos instantes.

La pantalla se pone negra. Empieza a sonar la música.

Últimos títulos de crédito.



Ficha técnica de la película:

Título: Smoke

Título original: Smoke

Dirección: Wayne Wang, Paul Auster

País: Estados Unidos, Japón, Alemania

Año: 1995

Duración: 112 min.

Género: Drama

Reparto: Harvey Keitel, , William Hurt, Harold Perrineau, Forest Whitaker, Stockard Channing,

Presupuesto: 7.000.000 $

Dirección artística: Jeffrey D. McDonald

Fotografía: Adam Holender

Guión: Paul Auster

Montaje: Christopher Tellefsen, Maysie Hoy

Música: Rachel Portman



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