Si era un animal que pudiera tener algún parecido con un lobo, había que tener cuidado. Quizá tuviera buen olfato y lo descubriera por muy hábil y cautelosamente que se acercara. Se chupó un dedo y lo levantó. Sólo corría un ligero viento del sur. Ojala bastara eso.
Con cautela se acercó por el norte al lugar de donde provenía el sonido. La atención que ponía le producía una gran tensión. Tenía mucho cuidado de no pisar ninguna rama caída, de no hacer el mínimo ruido. Cada vez se hacía más difícil permanecer a cubierto, pues el bosque era mucho más claro. Además hacía rato que había descubierto el porqué: el poco monte bajo que quedaba, presentaba una y otra vez evidentes huellas de haber sido utilizado como pasto.
Dilgo movió la cabeza sin poderlo comprender. En esa zona del bosque había demasiados animales que tenían que buscarse el alimento en un espacio demasiado reducido. Pero por qué, eso no podía explicárselo; igual que tampoco sabía qué tipo de animales eran. Las huellas, en cualquier caso, no parecían ser de venado.
¿Qué era eso? Se acercó sigilosamente un poco más mientras le latía el corazón. Entonces se quedó pasmado detrás de un árbol fundiéndose con su entorno. Había visto el primer animal, y se le acercaba despacio. Otros le seguían.
¡Qué animales más curiosos! A simple vista en la penumbra podían parecer uros, pero vistos más de cerca eran completamente distintos. Demasiado pequeños para ser uros y con un pelaje demasiado corto y liso. Sin embargo, eran vacas, sin duda, y ese — Dilgo contuvo la respiración — toro, i Pero vaya toro! Su pelaje no era negro y peludo como el de un uro, sino rojizo y corto como el de las vacas. Aún había otra cosa que le llamaba más la atención. Le faltaba todo lo que caracterizaba a un uro: su fuerza incontenible, su energía insospechada, su furia tan a flor de piel, toda su divinidad.
Dilgo despertó sobresaltado de su asombro al volver a oír aquel sonido, esa vez muy cerca. Entre las extrañas vacas que estaban pastando, apareció exhalado una especie de lobo, pero las vacas ni se inmutaron. Detrás del animal corría un chico gritando:
— ¡Wolco! ¡Wolco, ven aquí!
Entonces el animal se dio la vuelta, fue hacia el chico, se le sentó delante sobre las patas traseras, golpeó vehemente el suelo con la cola y volvió a emitir ese singular ladrido. El chico se arrodilló, abrazó al animal y le acarició el rostro contra su cabeza. ¡Y el animal permanecía completamente quieto!
Luego empezó el chico a hablar con el animal:
— Qué perro tan obediente, Wolco, bonito. Pero no ladres tanto, sabes, que molestas a las vacas mientras pastan. Tienen que comer mucho para que engorden y den buena leche y carne cuando llegue la matanza. ¡Venga, sé bueno y no ladres!
Como respuesta el animal le lamió al chico la cara.
A Dilgo le daba todo vueltas en la cabeza: uros, que no eran uros. Lobos, que no eran lobos, que no eran libres y orgullosos, sino que obedecían a un muchacho. ¡Animales que no esquivaban el contacto con los hombres, sino que evidentemente lo buscaban! ¿Cómo era eso posible?
Todavía permaneció mucho rato escondido detrás del árbol mirando. Vio a los dos hombres, uno de los cuales aún era muy joven, y observó cómo recogían a una vaca que se había alejado de las demás. Vio cómo una vaca que tenía un ternerito se dejaba ordeñar con toda tranquilidad por uno de los hombres.
Finalmente Dilgo se retiró al bosque en silencio. No quería ver más. Tenía que meditar. Se sentó sobre un tronco caído y se apretó los puños contra la frente. [….]
Dilgo se levantó y volvió a caminar en sigilo por el bosque. Más al este había oído algo que le resultaba igualmente singular. Un sonido agudo, como un extraño berrido. Tenía que dar con él. [….]
Y entonces pudo ver ésos animales. Tenían aproximadamente el tamaño de un corzo, pero eran más corpulentos, con pelaje largo, barba y cuernos vueltos. Roían la corteza de las ramas y de los troncos delgados, se comían los cogollos y brotes de los arbustos, i No era de extrañar que el bosque estuviera tan destruido por ahí! Y esos animales tampoco iban solos por el bosque, sino que los cuidaban un hombre y un animal al qué el chico antes había llamado perro.
Poco a poco Dilgo iba comprendiendo sin poderse creer todavía lo que estaba viendo. No podían ser animales libres si permanecían cerca de los hombres; eran animales que los hombres habían hecho dependientes y los cuidaban. ¿De dónde venían esos animales? ¿Cómo los habían acostumbrado a ellos los hombres? ¿Y por qué se tomaba tantas molestias esa gente? ¿Por qué no preferían cazar cuando tuvieran ganas de comer carne?
Trabaja el texto:
1 – Recrea el paisaje elaborando un collage. Has de incluir a los personajes, árboles de distintas especies, y todos los animales mencionados. Puedes mezclar recortes con dibujos.
2 – Haz una lista de todos los animales que menciona el protagonista. De todos ellos, ¿Cuáles son salvajes y cuáles domésticos?
3 – ¿Qué habilidades tenia Dilgo? Intenta imaginártelo y descríbelo.
4 – Contesta a las preguntas del último párrafo.
5 – ¿De que época de la historia es protagonista Dilgo? Haz una lista con todos los cambios que se produjeron en esa época
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