Dpto. Biología y Geología: Rocío Álvarez
Dpto. Física y Química: Manuela Morillo
Dpto. Dibujo: Adolfo García
Dpto. Inglés: Esther Moreno, Mª Luisa Sánchez, Luis Domínguez y Alejandro Fernández
Dpto. Matemáticas: Soledad Carrasco y Miguel Ángel López.
Dpto. Orientación: Jesús Rojo y José Luis Morcillo.
Dpto. Geografía e Historia: Piedad Delgado.
Dpto. Lengua castellana y Literatura: Amparo Díaz, Paloma España, Soledad Notario, José Enrique Díaz, Carlos Agejas, Antonia García, Agustina Larrosa y Mercedes Martínez.

sábado, 20 de marzo de 2010

Eneri

Eneri

Una vez hubo una niña que no lloró al nacer, sino que sonrió como si nada le hiciera más feliz que emerger a este mundo, y cuya cara era tan resplandeciente y de tal hermosura, claridad y belleza, que sobrecogió a la comadrona y al médico que atendieron a su madre en el parto. Unas versiones del cuento dicen que el médico, aun siendo ateo, se persignó; otras dicen que invocó el testimonio de Mahoma mientras la partera daba gracias a Alá por haberla permitido asistir al florecimiento de aquella rosa; pero la versión más fidedigna y, me consta, más fiel a los hechos, sostiene que la comadrona, el médico, las enfermeras y los padres de Irene se olvidaron de hablar durante largos minutos. Se limitaron a mirar a la niña milagro mientras ella observaba a unos y otros con una profundidad humana en la mirada, con una comprensión y alegría en los ojos (me dijeron), que raramente se alcanza en este mundo.

Con seis años se había convertido en la niña mimada más narcisista del universo. No deseo que se me entienda mal: era la misma benéfica hermosura de siempre, y además había tenido tiempo de mostrar algunas cualidades de su carácter: era bondadosa, de personalidad dulce y compasiva, hacendosa en casa, sutil en los estudios, respetuosa con sus mayores y paciente. Además era de una inocencia y de una ingenuidad absolutas.
Era esas y otras cosas más, todas buenas; pero de tanto oír lo maravillosamente guapa que era, no dejaba de observarse meticulosamente en todo espejo que se le ponía a tiro de mirada. No era presumida ni vanidosa, solo disfrutaba mirándose. Y como con ropas elegantes le decían que resaltaba su belleza, pues se las ponía.

No obstante, insisto: contra lo que pudiera pensarse, esta actividad ni siquiera dañaba su humildad; tan acendradas estaban sus virtudes innatas. Daba por buenos los juicios de los demás sobre su encanto, eso era todo. Unas alabanzas que no comprendía, ni mucho menos se sentía en posición de aprobar o de discutir; pero que aceptaba por venir de los adultos, a quienes ella, como no podía ser de otra manera, consideraba siempre fiables. No las comprendía; mas, eso sí, no podía por menos de mirarse y remirarse tratando de averiguar en que suave curva, en qué punto y matiz de la rosada palidez de los pómulos altos, o de las sienes decoradas de un vello solo visible por su brillo se alojaba tal perfección; o en cuál de sus blandos tirabuzones rubios, o en qué tono, del dorado al trigueño, de la sinfonía de ondas de su pelo, o en qué pestaña de las muchas que en elegante fila perfilaban sus ojos del color de la oliva, o en que momento de la sombra que su naricita proyectaba en la curvatura bermeja de los labios se ubicaba la gracia; o, en fin, en qué grado de la curvatura de la vertiente de la cóncava barbilla se escondía el prodigio de su belleza.
Un día, después de estarse mirando y remirando un buen rato en un espejo de cuerpo entero que se había alegrado de que instalaran en su habitación, notó, por primera vez, que el cristal del espejo hacía aguas o era imperfecto. Eso pensó, al menos, cuando el rostro del otro lado pareció torcer un poco los ojos y hacer un ligero mohín con la cabeza y con las cejas; un gesto muy discreto, casi imperceptible de puro fugitivo, pero perfectamente reconocible; pues cualquier observador imparcial hubiera afirmado sin lugar a dudas que había sido un gesto de fastidio. Pero, ¿cómo iba a hacer su reflejo un gesto de fastidio si ella no lo había hecho? Se acercó más al espejo, agachándose y frunciendo deliciosamente el entrecejo, para observar la superficie del cristal en el lugar exacto en que creía haber observado aquel extraño de la imagen, de su imagen.

Y entonces, sorprendentemente, su propia efigie se irguió, la miró de arriba abajo como una gemela malpensada y movió la boca como si estuviese diciéndole algo. Pero Irene, no oía nada.
- No te oigo,- dijo, ingenua, sin haber sentido todavía miedo en ningún momento.
La niña del otro lado le hizo señas para que se acercara más. E Irene lo hizo. Pero seguía sin oír nada, así que pegó la orejita al helado cristal.
De repente (continuar por detrás de las hojas)
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De repente, sintió un fuerte dolor en la cabeza y se desmayó.
Cuando despertó, hacía un frío terrible en su habitación, y todo tenía un brillo raro, como si estuviera congelado, o como si nadie viviese allí desde hacía mucho tiempo.
Oyó la voz de su madre y se volvió para verla aparecer por la puerta, pero aunque la oía hablar, no la veía. Se volvió y la vio al otro lado del espejo, hablando con ella. Pero no era ella.
Cuando su madre salió de su cuarto, una niña que se parecía a ella se acercó hasta cierta distancia del espejo, fuera del alcance de Irene pero en un lugar y en una postura simétricos s los suyos, y dijo:
- Espero que disfrutes de mi cuarto. A mí nunca me gustó, hacía demasiado frío.
Irene se dio cuenta, entonces, de que aquella niña era su propio reflejo, un clon especular, una copia, y que había ocupado su lugar en el mundo real. Intentó agarrarla, pero sus manos chocaban contra el cristal. Su reflejo, sonriendo, comentó:
- Yo no cometeré el estúpido error de escuchar las sugerencias de un espejo, y a partir de hoy ni siquiera me miraré en ese en que ahora estás tú y que será tu hogar. Ahora yo voy a disfrutar de todas las cosas que tú despreciaste y que dejaste de hacer por estarte mirando en el espejo, por mirarme a mí, por mirarme y mirarme sin descanso, obligándome a estar observando las cosas que dejabas de hacer, a estar oyendo las alabanzas inmerecidas que recibías por ello, obligándome a oír como una y otra vez decías a tus amigas que no querías salir a jugar con ellas solo para quedarte mirándome con cara de pava. Adiós,- dijo como si acabase allí todo contacto con ella, se dio la vuelta y fue en busca de la que, desde ese momento, sería su madre.
Irene sintió cómo un terror desconocido le iba subiendo por las piernas y le congelaba el corazón. Se puso a dar golpes y a gritar y llorar sin que nadie le hiciera caso, hasta que se cansó y, en silencio, pensó en lo necia que había sido durante toda su vida y en lo tenebrosa y solitaria que sería desde ahora su existencia.
En ese punto, apareció en su interior una energía nueva que fue creciendo rápidamente, invadiéndolo todo por momentos y remplazando a la angustia y el miedo. Era una fuerza que la consolaba y le daba ánimos de continuar luchando por recuperar su espacio y para expulsar a aquella intrusa. Ella no sabía, pero acababa de conocer el odio. Entonces vio pasar a su madre.
Iba a ponerse de nuevo a dar voces y golpes, cuando la oyó decir:…………………………(continuar por detrás de la hoja) -- ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………
- Me alegro de que escribas a tus amigas y quieras salir a la calle, pero: ¿por qué firmas ahora así tus correos, Irene?
Y entonces, con su timbre más dulce, imitando con abominable perfección la voz de Irene, la usurpadora contestó:
- Porque me gusta. Y a partir de ahora mismo, mamá, quiero que me llames así.
- ¿Eneri?-, preguntó la madre, extrañada.
- Sí, es mi nombre secreto. ¿Me llamarás así, mamá? ¡Porfiiii!
- De acuerdo, ¡Eneri!
En ese momento, el corazón de Irene se detuvo lleno de horror y se encendió, lleno de odio.
Y aunque gritó y pataleó y tiró cosas contra el cristal, que nunca se rompía (unos objetos que mágicamente volvían a colocarse en su sitio para que ella los volviera a tirar con igual resultado), nadie la oía.
Su gemela malvada evitaba siempre mirarse en el espejo, y ninguna otra persona sabía que permanecía allí encerrada. Nadie oyó su voz, ni vería su cara, ni se dirigiría a ella nunca jamás.
Además, ahora había temas nuevos de conversación en su casa.
Hablaban de mudarse.
FIN

PREGUNTAS PARTICULARES:
1)Explica con tus palabras el significado de los siguientes términos (si no conoces el significado de alguno, búscalo en el diccionario):
Ateo

Persignarse

Testimonio

Fidedigna

Narcisista

Meticulosamente

Ponerse a tiro

Acendrada

Innato

Cóncavo

Bermejo

Efigie

Mohín

Simétrico

Clon

Especular (adjetivo)

Necio

Abominable

Usurpador


2)Responde a las siguientes preguntas de comprensión:

a)¿Por qué se miraba tanto en el espejo?


b)¿Qué razones le dio su doble para cambiar su lugar con ella?


c)¿Por qué se empeñó la niña salida del reflejo en que su madre la llamase de otra manera?


d)¿Quién es el responsable de la situación de Irene? ¿Por qué?


e)Se trata de una narración ¿realista o fantástica? ¿Por qué?


3)Sitúa, dentro de su columna correspondiente, todas las palabras con tilde de la página 3.
agudas
llanas
esdrújulas
Otros casos





4) Vamos a realizar un resumen del texto, pero vamos a hacerlo por párrafos. Cuando lleguemos al diálogo de los personajes, que está en estilo directo, lo pondremos en estilo indirecto para ahorrar palabras (escribe al dorso de esta hoja).

4)Atendiendo al contenido del cuento, ¿cuál es su estructura? Te ayudaremos con el primer apartado:
a)Nacimiento de una niña extraordinariamente hermosa.
b)
c)
d)
e)

5)Señala el tema o idea principal del texto y las ideas secundarias.


6) Inventa una continuación para el cuento. ( debajo y por detrás de esta hoja)

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